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jueves, 13 de agosto de 2020
Librería: José Eduardo Agualusa - La reina Ginga
Lector Libro
esclavos que se vendían en Brasil, el actual territorio de Angola,
tuvo en el siglo XVII una reina inolvidable y singularísima: Ginga.
Guerrera decidida, política lúcida y astuta, reconstruyó su reino
varias veces, comandó sus ejércitos, negoció y batalló con las
grandes potencias y con otros reyes africanos, tuvo una ardiente
y voraz vida privada y hasta el final de sus días fue dueña de su
destino. En esta novela extraordinaria, con una prosa leve y luminosa,
José Eduardo Agualusa recupera un personaje inolvidable e impar. Lo
hace de la mano de un sacerdote nacido en Pernambuco, narrador de la
historia y secretario de Ginga. Un hombre de fe decreciente que se
interna en un territorio desconocido y es cautivado por una forma de
vida que nunca imaginó. A través de sus ojos descubrimos un mundo
sensual, vital y descarnado, donde aún entre la crueldad, la codicia
y las reglas implacables del poder, se esconde la posibilidad del
amor y la belleza.
Disco Tango - Aníbal Troilo - LP Las grandes creaciones
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01- La Noche Que Te Fuiste
02- Mientras Gime El Bandoneón
03- Confesión
04- Flor De Lino
05- Y Dicen Que No Te Quiero
06- Cimarrón De Ausencia
07- La Embriaguez Del Tango
08- Marioneta
09- Solo Se quiere Una Vez
10- Bandita De Mi Pueblo
11- Milonga En Rojo
12- Luna Llena
13- Yuyo Verde
14- Amor Y Tango
15- Desvelo
16- Romance De Barrio
17- Corazón De Papel
18- Y La Perdí
19- Que Me Van A Hablar De Amor
20- Tarde Gris
21- Naranjo en Flor
22- Llorarás, Llorarás
23- Mis Amigos De Ayer
24- Camino Del Tucumán
25- Juan Tango
26- De Todo Te Olvidas
Los temas son cantados por Floreal Ruiz. Excepto
06, 11 y 24 cantados a dúo con Alberto Marino.
Disco Salsa: Suena Caribe - LP Selección del Café Vol 01
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01) Sonora Ponceña- Vámonos pal monte
02) Conjunto Candela- Vengo del monte.
03) Héctor Lavoe- Pa Colombia.
04) La Excelencia- La Salsa y el Guaguancó.
05) Orquesta Broadway- Trompeta y flauta.
06) El Gran Combo de Puerto Rico- Me liberé.
07) Grupo Folklórico y Experimental Nuevayorquino- A papá y a mamá.
08) Linda Leida- La Bahía.
09) Monguito “El Unico” (Ramón Quián)- Ave María morena.
10) Orquesta de la Luz- Cúcala.
11) The Allegre All Stars- Kako y Palmieri.
12) Andy Harlow- El primer Montuno.
13) Son Aché- Dos gardenias.
14) Tromboranga- Soy Sonero.
15) Cubanoson- En la campiña.
Cine: Taxi (2015)
Irán
Dirección: Jafar Panahi
Reparto: Documentary, Jafar Panahi, Hana Saeidi, Nasrin Sotudé
Género: Documental. Drama | Road Movie. Drama social. Falso documental
SINOPSIS:
Un taxi recorre las vibrantes y coloridas calles de Teherán.
Pasajeros muy diversos entran en el taxi y expresan abiertamente
su opinión mientras charlan con el conductor, que no es otro que
el director del film, Jafar Panahi. Su cámara, colocada en el
salpicadero del vehículo, captura el espíritu de la sociedad
iraní a través de este viaje
"Un descomunal juego de ingenio, algo que, a primera vista, parece
desnudísimo para ir, poco a poco, revelándose como una intrincada
y sibilina construcción." - Jordi Costa: Diario El País
"Otro de sus trabajos fuera de serie (...) El relato es una atractiva
y, por momentos, divertida mezcla entre documental y ficción."
-Lucero Solórzano: Diario Excélsior
Premios:
2015: Premios César: Nominada a Mejor película extranjera
2015: Festival de Berlín: Oso de Oro (Mejor largometraje) y Premio FIPRESCI
Editorial: Frida a 113 años de su nacimiento

A 113 años de su nacimiento
Resiliente y en busca de la libertad: cómo Frida Kahlo se transformó en una bandera
Luchó con una salud amenazada tanto como contra los prejuicios de su época. Sus pinturas, entre las creaciones artísticas más importantes realizadas en Latinoamérica.

Ella. Una imagen que se volvió símbolo. / EFE, Museo de Arte de Filadelfia.
Remeras, tazas, protectores de pantalla, almohadones, fundas de celulares. Su rostro de cejas tupidas y bozo sin depilar puebla los locales de merchandising en todo el mundo. ¿Por qué Frida Kahlo se convirtió en un símbolo universal?
Un 6 de julio de 1907 nacía la artista plástica mexicana Frida Kahlo, quien, además de ganarse un lugar entre los pintores más famosos de la historia, se convertiría en un ícono a nivel mundial de la libertad y la autodeterminación. Pero, más allá del valor y la belleza melancólica de sus obras, ¿cómo llega una chica de Coyoacán, nacida a comienzos del siglo pasado en el D.F mexicano, a convertirse en un ícono potente de varias generaciones, que conserva y renueva su vigencia cada día?
Son muchos los factores que intervienen en los destinos de una vida. Pero hay algunos que suelen funcionar como bisagra hasta resultar determinantes.
Revolución Kahlo. Una reinterpretación de su figura, en la exposición "Los colores de Frida", realizada el año pasado en Ciudad de México. / AFP
Magdalena Carmen Frieda Kahlo Calderón -así se llamaba la chica de la famosa Casa Azul que hoy es museo- ya desde la cuna, parecía estar destinada a fines humanitarios. Hija de un alemán y una descendiente de españoles e indios americanos, Frieda significa “paz” en el idioma de su padre. Pero acaso no será solo el nombre lo que la impulse sino, sobre todo, la adversidad.
Frida Kahlo en “Gringolandia”: cómo profundizó su identidad detrás de la frontera
De chiquita se enfermó de poliomielitis. La terrible “polio”, que azotaba a los niños de esa época, le dejó una pierna mucho más delgada que la otra. Por si fuera poco, a los 18 años, un tranvía chocó y arrolló el colectivo en el que viajaba, hasta dejarlo hecho chatarra contra una pared. La columna vertebral de Frida Kahlo se fracturó en tres partes. Dos de sus costillas se quebraron, al igual que su clavícula y su pelvis. Su pierna derecha, la más delgada, se fracturó en 11 partes, su pie derecho y su hombro izquierdo se dislocaron y su cadera fue atravesada por un hierro que perforó su útero hasta salir por la vagina. Pasó por 32 cirugías y estuvo postrada en una cama durante meses. Quedó con secuelas muy limitantes y dolorosas de por vida.El óleo "Autorretrato con loro y chango", 1947, que pertenece a la colección del Museo Malba.
La chica que quería ser médica no solo salió adelante sino que se convirtió en una de las artistas más influyentes del siglo XX y un ejemplo, ya que, a pesar de sus dificultades físicas, se abría paso en un ambiente, hasta ese momento, liderado por los hombres.
Durante el período de convalecencia, se dedicó a la pintura. Con la ayuda de un caballete especial, que tenía un espejo en su parte superior, comenzó a pintar su rostro. De ahí que, de las 143 pinturas que se conocen de Frida, 54 sean sus expresivos autorretratos. "Me retrato a mí misma porque paso mucho tiempo sola y porque soy el motivo que mejor conozco", explicó alguna vez.

En el tapabocas. Una imagen tomada en el hospital El Cruce, de Florencio Varela. / AFP
Su aspecto es un motivo de admiración para sus seguidores. En épocas en que la feminidad era un valor sobrepreciado, Frida decidió hacer a un lado los mandatos para mostrar una imagen de sí misma absolutamente desprovista de todo cliché. No se conformó con retratarse al natural sino que hasta exageró sus rasgos característicos, como sus cejas tupidas y el vello facial, hasta hacer de ellos una marca registrada.
De hecho, su calidad de mestiza fue un refuerzo para las ideas de nacionalismo revolucionario floreciente en su país. Con sus trajes típicos, sus moños, bordados y festones coloridos, y sus collares y aros de estilo precolombino, se convirtió en embajadora de la cultura mexicana en el mundo. En varios de sus trabajos, como en su autorretrato Tehuana, de 1943, se la ve ataviada como las mujeres zapotecas, una tribu originaria de México.
Aunque André Breton la quiso convencer de que sus pinturas eran surrealistas, ella insistió en que solo pintaba su realidad. Su obra batió récords. El autorretrato El marco, expuesto en el Centro Pompidou, fue la primera obra que el Louvre adquirió de un autor mexicano.
Su vida amorosa y sexual fue otro flanco de batalla. A los 21 años conoció al pintor Diego Rivera, de 41, con quien se casó al año siguiente. Pronto, quisieron tener un hijo pero hubo dos intentos fallidos: debido a las secuelas del accidente que había sufrido Frida, debieron abortar. El cuadro Aborto en Detroit refleja esas experiencias.
Frida y Rivera mantenían una relación abierta desde que ella lo descubrió con su hermana menor y se arrojó a los brazos de León Trotski, que se había exiliado en México tras la subida al poder de Stalin en Rusia. Ambos tuvieron otras relaciones; llegaron, incluso, a divorciarse para, luego, casarse otra vez. Ella tuvo amoríos tanto con hombres como con mujeres. Además del líder comunista, movimiento del cual ambos esposos formaban parte, el escultor de origen japonés Isamu Noguchi y la cantante y actriz franco-americana Joséphine Baker, son algunos de sus amantes famosos. Frida jamás ocultó su bisexualidad, frente a la moral opresiva de aquellos años.
En 1953 le amputaron una pierna por debajo de la rodilla debido a una gangrena y le recetaron medicamentos derivados del opio con los cuales intentó suicidarse varias veces. Mientras tanto, escribía poesías en sus diarios.
"Cuando muera quemen mi cuerpo. No quiero ser enterrada. He pasado mucho tiempo acostada. ¡Simplemente quémenlo!", había pedido.

Natalia Sedova, Frida, Trotski y Diego Rivera.
El 13 de julio de 1954 su cuerpo mutilado entró al crematorio vestido con un traje típico mexicano y con la mano derecha sobre su pecho. Sus cenizas están en la casa Azul de Coyoacán. En su último cuadro, un óleo que muestra sandías con colores muy intensos escribió, simplemente: "Viva la vida”.
Cine: El día que vendrá (2019)
Dirección: James Kent
Reparto: Keira Knightley, Jason Clarke, Alexander
Skarsgård, Kate Phillips, Claudia Vaseková, Flora
Thiemann, Fionn O'Shea, Alexander Scheer, Tom Bell,
Frederick Preston, Joseph Arkley, Jim High, Abigail
Rice, Anna Katharina Schimrigk, Jannik Schümann,
Logan Hillier
Género: Drama | Años 40. II Guerra Mundial
SINOPSIS:
Posguerra en Alemania, año 1946. Rachael Morgan (Keira Knightley)
aterriza en las ruinas de Hamburgo en pleno invierno para reunirse
con su marido, Lewis (Jason Clarke), un coronel británico que ha
recibido la misión de reconstruir la ciudad destruida. Pero cuando
van a mudarse a su nueva casa, Rachael descubre con asombro que
Lewis ha tomado una decisión inesperada: compartirán la enorme
casa con sus antiguos propietarios, un viudo alemán (Alexander
Skarsgård) y su atormentada hija. En esta atmósfera cargada, la
hostilidad y el dolor dan paso a la pasión y la traición.
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Habla Memoria: Metejón en la neblina
cuando en las tardes de invierno, al regreso del laburo venias
por Rivadavia a mi encuentro, esperando en la esquina de "Las
Violetas"... y yo con el corazón en el bolsillo... Un café, una
charla amena, unos mimos y nos íbamos del brazo mas allá del
pensamiento.... Cuando solamente tu sonrisa de tierna griseta
alcanzaba para desmayarme de amor..., para embarcarme en
cualquier camino del destino..., para beber de un trago contigo
como sea la vida entera...
Estas en mi!... seguís en mi!... y en este febril delirio de poeta
por Rivadavia y Medrano, tu sonrisa de griseta cada día vuelvo a ver...
Hoy cuando en sueños tu silueta se aparece, atravesando la niebla
del tiempo como una estrella fugaz sobre mi almohada..., eso tan
tuyo, ese algo tuyo que envolvió y encantó todo mi ser, sigue
abrazándome el alma, animando de tibia esperanza mis noches de
soledad.
jcp
Caracas, 2016
Musicales Latino: Marían Cortés - Suspiros de España
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Da lo mismo sobre el escenario, en el ámbito de un bar o entre amigos...,
la esencia de la copla y el cante en su voz y femenino encanto, no dejan de "SER"... (jcp)
En el sentimiento, en el arte de la interpretación,
y en la poesía de su voz y en la de su figura, está
encerrado todo el encanto y la pasión de la copla
española. Aquí Marian se bajó de las luces del gran
escenario y nos deleita con su talento en una
presentación entre amigos en el Bar Quintino de
Buenos Aires. (jcp)
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01- Aquella Carmen
02- Callejuela sin salida
03- Capote de grana y oro
04- Cinco farolas
05- Desde que vivo con otro
06- Limosnas de amores
07- Popurrí Lola Flores
08- Quien dijo pena
09- Tengo miedo
Es que escucharla es un sueño de veredas, encinas,
cálida brisa, mantillas y esquinas..., de jardines,
de bares y copas de jerez..., de zaguanes entreabiertos
y media luz de faroles... Un sueño de castañuelas,
balcones, de fragancia a jazmínes en patios españoles,
con paredes blancas, azulejos y coloridos macetones...
Escucharla es traer a Buenos Aires la imágen viva de un
sueño de pescadores recogiendo la red entre gaviotas
patiamarillas sobre el Mediterráneo, un sueño de
encuentros y desencuentros despuntando amores...
Escucharla!!... escucharla y verla!! es la copla misma
ardiendo en sus entrañas y en su sangre valenciana!!
Oléee!! Marian!! Oléee!!
jcp
Caracas, 10/7/2019
Cocina: Arroz negro con calamar
la cocina mediterránea. Es ideal para el buen tiempo y
perfecto para acompañar con una buena botella de vino blanco
bien fría.
Aunque es de origen valenciano, el arròs negre o arroz negro
es un plato que aparece en diversas zonas del Mediterráneo.
En Italia es típico el riso nero a la Fiorentina o el riso al
nero di seppia. En el Levante español puede encontrarse desde
el norte de la costa catalana hasta los últimos pueblos
pesqueros alicantinos.
Ingredientes:
1 cebolleta
1 pimiento verde
2 tomates pequeños
4 calamares medianos
360 gr de arroz
1L de caldo de pescado
2 o 3 sobres de tinta de calamar
Aceite de oliva virgen extra
Sal
Preparación:
Pochar la cebolla y el pimiento unos 10-12 minutos a fuego medio.
Agregar el tomate pelado y cortado en daditos. Rehogar durante 15 minutos.
Cortar los calamares (limpios) en trozos y añadir. Cocinar 5 minutos más.
Incorporar el arroz y rehogar otros 5 minutos. Cubrir con el caldo de
pescado y la tinta, y dejar cocinar durante unos 20 min. Los primeros
5 minutos a fuego fuerte y el resto a fuego suave. Después dejar
reposar 10 minutos.
BUEN APETITO jcp
Editorial: Un día en la vida de Galeano
Jorge Fernández
ZENDA - Texto de Autor
Un día en la vida de Galeano es un texto del escritor argentino Jorge Fernández Díaz publicado dentro de Te amaré locamente, un libro de apuntes sobre la seducción, la vejez, el barrio, el crimen y los dioses, héroes y villanos.
El hombre que sueña prodigios tiene sueños insignificantes en la cama. Pero su mujer entra en la noche como en el cine, y a primera hora, mientras desayunan café con leche y jugos y frutas, Helena lo humilla contándole las peripecias que ha vivido con los ojos cerrados. La compañera de Galeano soñó una vez que los dos hacían una larga cola, en un aeropuerto irreconocible, y que todos los pasajeros llevaban sus almohadas bajo el brazo. Había una máquina que escaneaba las almohadas para descubrir si los ciudadanos habían tenido sueños peligrosos. Eduardo y Helena permanecían en esa fila esperando su turno, temiendo que la detectora de sueños incorrectos hiciera sonar su chicharra y ellos tuvieran que pagar de algún modo por esos pecados nocturnos. Eduardo, por supuesto, anota esos cuentos; ella sueña obras maestras.
"Galeano es inmune al diario, y apenas utiliza la televisión para ver fútbol"
Desde hace mucho tiempo, Galeano y su mujer han decidido eliminar de su dieta diaria el almuerzo. Les cortaba el día, y el escritor se sentía embotado: parecía una boa que se había comido una vaca, y entonces vagaba por las horas arrastrando los pies, hecho un zombi. Es por eso que en su casa de Malvín se desayuna de manera opípara y se cena fuerte y caliente. En el medio, sólo algunos bocadillos, ciertos cafés al paso y poco más. Pero ese desayuno es uno de los grandes momentos de dicha, no sólo porque Helena narra sus sueños de Paramount, sino también porque ella posee una voracidad sin límites por las noticias. Galeano es inmune al diario, y apenas utiliza la televisión para ver fútbol. Pero Helena es diarómana y radiómana, está hiperinformada, y le gusta leerle a su marido notas que le producen alegría o indignación, y contarle cosas que ha escuchado en la radio o que ha visto en la pantalla. Desayunando con los Galeano es un programa abierto al mundo.
Luego el escritor comienza su trabajo. Que no tiene horarios ni rutinas fijas. Escribe sólo cuando le pica la mano. Es la mano la que decide, él no le puede dar órdenes. Esa extraña debilidad proviene de un día remoto, en un bar cubano, cuando Galeano apreciaba las maravillas que un negro genial le sacaba a su tambor. Eduardo se le acercó en un momento de la velada y le preguntó cuál era su secreto. El negro le respondió: «Yo sólo toco cuando me pica la mano». Se sintió representado Galeano por ese capricho artístico. Si no escribe con esa «picazón», todo lo que surge es un poco ortopédico. Si se obliga no sale nada verdadero, porque es a contracorazón. En cambio, cuando le pica la mano todo fluye.
"Para que las ideas y las historias no se las lleve el viento, escribe en una libretita de dos centímetros por tres"
Su método es absolutamente original. Para que las ideas y las historias no se las lleve el viento, escribe en una libretita de dos centímetros por tres. Una miniatura que pesa como una pluma y entra en un puño cerrado: allí Galeano garabatea escrupulosamente citas, referencias, ocurrencias, datos y oraciones. Esas miniaturas sólo se consiguen en Florencia y en Venecia, aunque últimamente una lectora argentina las está fabricando especialmente para su héroe literario. La levedad de esas libretas pigmeas le permite a Eduardo cargarlas en un bolsillo del pantalón y perderlas con cierta facilidad. Abriendo al azar una de ellas hay en una hoja diminuta, escrita con letra precisa pero pequeña, un consejo que Maradona le dio a Messi hace dos años. Diego se refería al arte de los tiros libres. Le decía a Lionel: «No le saqués tan rápido el pie a la pelota porque así ella no sabe lo que vos querés». Una recomendación metafísica.
Más adelante, en la misma libreta, Galeano anota una frase de su nieta de cinco años. Se llama Lila y resume en esa corta línea el gran problema existencial del hombre moderno. Dice Lila, anota su abuelo: «Yo siempre quiero estar donde no estoy».
Galeano es un recolector, busca todo el tiempo en la vida y en los libros mariposas milagrosas, pretende lo imposible: que el gas de la creatividad humana no se ventee, que en su red queden atrapadas las pepitas de oro de la memoria del hombre, que no se pierdan en el río caudaloso de la existencia las enseñanzas del mundo y la memoria. Es una tarea agotadora, incesante, de algún modo enciclopédica, y es por eso que sus libros son un libro único y siempre distinto, una larga miscelánea, una serie de cajones de objetos preciosos que se enhebran de un modo enigmático.
Eduardo recorta diarios, subraya libros, navega por Internet. Puede pasarse diez horas en una biblioteca. Cuenta con una red de amigos que le acercan diamantes literarios. También compra volúmenes usados en la feria de Tristán Narvaja, ese fabuloso mercado de pulgas donde se pueden encontrar desde incunables hasta dentaduras.
"A Eduardo le da mucho placer escribir, y también mucho trabajo"
Muchas veces busca, pero muchas más encuentra involuntariamente perlas de la vida. Como cuando descubrió en un documento de 1912 un suceso desconocido de 1701. Lo rescató y allí está impreso en el segundo volumen de su obra crucial Memoria del fuego. Dice textualmente: «Los indios chiriguanos, del pueblo guaraní, navegaron el río Pilcomayo, hace años o siglos, y llegaron hasta la frontera del imperio de los incas. Aquí se quedaron, ante las primeras alturas de los Andes, en espera de la tierra sin mal y sin muerte. Aquí cantan y bailan los perseguidores del paraíso. Los chiriguanos no conocían el papel. Descubren el papel, la palabra impresa, cuando los frailes franciscanos de Chuquisaca aparecen en esta comarca, después de mucho andar, trayendo libros sagrados en las alforjas. Como no conocían el papel, ni sabían que lo necesitaban, los indios no tenían ninguna palabra para llamarlo. Hoy le ponen por nombre piel de Dios, porque el papel sirve para enviar mensajes a los amigos que están lejos».
A Eduardo le da mucho placer escribir, y también mucho trabajo. Tiene un sillón cómodo en casa donde traslada las anotaciones de sus libretas a cuadernos. Usa dos lapiceras, una roja y otra negra. Y después de mucha resistencia, añadió últimamente una computadora para la versión final. Puede pasarse una mañana entera con una frase. Guarda siempre sus cuadernos porque la tinta negra muestra la primera intención, y la roja las correcciones y los agregados. Esos cuadernos son como mapas de la búsqueda del tesoro. El tesoro es la palabra escondida. La palabra exacta.
"Antes había tiempo para perder el tiempo. La vida moderna mató el arte de la conversación, que ya no es rentable para los bares ni para los seres humanos"
Más tarde Galeano sale de casa y se dirige al centro o a Carrasco. Camina tres horas. Y ese ejercicio le resulta fundamental. Se considera, ante todo, un caminante. Dice que mientras camina las palabras le caminan por dentro. Que es un caminante caminado. Y que tiene suerte de vivir en Montevideo, porque eso le ahorra una fortuna en psicoanálisis. Galeano camina escribiendo, se detiene de tanto en tanto, anota algo en su libreta, y sigue a paso vivo. La gente lo saluda pero no lo molesta. Sabe o intuye que ese tipo anda metido en sus cosas y que tal vez esté un poco loco. Todos los artistas verdaderos lo están.
En algún punto de esa caminata el cazador de palabras recala, indefectiblemente, en el Café Brasilero, su segundo hogar. Ese templo es ya una leyenda literaria de Iberoamérica. Eduardo Galeano prácticamente no tuvo educación formal: sólo hizo la primaria y un año de la secundaria. Se formó en los cafés de Montevideo, donde escuchaba a los grandes narradores orales. Esos narradores contaban mentiras que decían la verdad. Galeano las atesoraba y fue así como escuchando aprendió a decir. Antes había tiempo para perder el tiempo. La vida moderna mató el arte de la conversación, que ya no es rentable para los bares ni para los seres humanos.
El autodidacta se ha convertido en uno de los escritores más populares de América Latina. Y además, viaja muy seguido a España, Italia y Francia, donde sus libros son un fenómeno editorial. También enseña en universidades norteamericanas. «¿Cómo puede ser que un progresista, un antiimperialista visceral, tenga tanto éxito en Estados Unidos?», se preguntan despectivamente algunos de sus críticos de izquierda y de derecha. Eso le hace mucha gracia a Galeano, que cita a Ambrose Bierce: «Quien no tiene enemigos no merece tener amigos». Pero lo cierto es que tardó mucho en poder entrar en el gran país del norte. Y admite que él mismo tuvo la culpa, puesto que cuando rondaba los 17 años pidió la visa y le dieron un formulario para llenar. Galeano creyó sinceramente que se trataba de un test de inteligencia. A la pregunta «¿Se propone asesinar al presidente de Estados Unidos?», el adolescente respondió: «Sí». Eso lo dejó fuera del turismo y de los ambientes académicos estadounidenses, donde ahora está tan a gusto.
"De regreso de cualquiera de esos viajes, lo espera la ceremonia del Brasilero, donde lee, escribe y se reencuentra con amigos"
De regreso de cualquiera de esos viajes, lo espera la ceremonia del Brasilero, donde lee, escribe y se reencuentra con amigos. Galeano cultiva la amistad con ignotos y famosos. Es amigo desde hace muchos años de Serrat. Hace unos años, Eduardo le dijo a Joan: «Vos no podés seguir así, lo tuyo es grave. Vos no conocés el fainá». Esa delicia es femenina en Buenos Aires y masculina en Montevideo. Pero hay pocos lugares en el mundo donde no se la conoce. En Italia, de donde proviene, casi nadie sabe de su existencia, salvo quizás en algunos lugares de Génova. Serrat seguía igualmente remiso; a Galeano el asunto le parecía de extrema urgencia. Lo llevó hasta el bar Los Olímpicos, otro santuario popular de la gastronomía, y la aparición de semejante celebridad armó un gran revuelo entre los parroquianos. El fainá era lo que Galeano más extrañaba en sus exilios. Pero Joan Manuel parecía inapetente. Hasta que comenzó a comer y a comer, y entonces no podía parar.
Helena es una excelente cocinera. Espera a su compañero al regreso de cada extenuante caminata con la cena prometida y con vino. Se conocieron en 1976. Ella es tucumana y estudió abogacía, aunque nunca ejerce. Escapando de las dictaduras militares, marcharon juntos al exilio. En Brasil los recibieron Tom Jobim y Chico Buarque. Pero no había muchas oportunidades laborales y siguieron viaje hacia Berlín; después se afincaron en España. Y regresaron a Montevideo en 1985. Helena es editora en jefa de su obra, podría figurar tranquilamente como coautora. Libra batallas homéricas por la prosa de Galeano. «Nos peleamos por las palabras —admite—. Ella viene con el hacha y yo me resisto.» Una vez Onetti le dijo a Eduardo: «Las únicas palabras que merecen existir son las palabras mejores que el silencio». Para darle prestigio a esa frase, Onetti mentía que era un proverbio chino. Sin embargo, al final de las pulseadas que el hombre y la mujer tienen por un adjetivo o por una oración entera, Galeano se pregunta: «¿Esto es mejor que el silencio?». No. Y entonces lo elimina. El último libro, Los hijos de los días, fue escrito once veces, buscando un estilo cada vez más concentrado. Cortar, cortar y cortar. Rulfo supo también ser su amigo y hacerle cariñosas recomendaciones: «¿Ves, Eduardo? —le dijo un día señalándole un lápiz de dos extremos utilitarios—. Mira bien. No se escribe con esto (la punta) sino con esto (la goma de borrar)». Y es por eso que al final, Eduardo siempre le da la razón a Helena.
"El fútbol es una cultura, un universo vibrante que atraviesa la existencia y la literatura de Galeano"
Juntos lidiaron con esta nueva antología de sensibilidades. Les ordenó el caos y a la vez les impuso una cárcel, la estructura elegida: el calendario de un año completo. De cada día nace un texto, porque estamos hechos de átomos pero también de historias, dice el cazador de palabras. De nuevo es un arcón de joyas inesperadas y exquisitas. El 21 de junio, Galeano escribe «todos somos tú», algo que traía la corriente y que su tamiz no dejó pasar de largo. «En el año 2001, resultó sorprendente el partido de fútbol entre Treviso y Génova. Un jugador del Treviso, Akeem Omolade, africano de Nigeria, recibía frecuentes silbidos y rugidos burlones y cantitos racistas en los estadios italianos. Pero en el día de hoy, hubo silencio. Los otros diez jugadores del Treviso jugaron el partido con las caras pintadas de negro».
El fútbol es una cultura, un universo vibrante que atraviesa la existencia y la literatura de Galeano. Parece extraño pensar que Eduardo se llegaba a pelear a trompadas en la cancha y que ahora ese mismo hombre, sin dejar de hinchar por el Nacional, es capaz de relativizar las camisetas y los colores y las identidades simplemente para gozar del buen juego, de esa magnífica danza con pelota. Se liberó del fanatismo, pero ahora es fanático de la estética. Y está seguro de que los hinchas furiosos no disfrutan del fútbol. Galeano disfruta muchísimo de «esa fiesta de las piernas que juegan y de los ojos que ven», y está muy atento siempre a sus relatores. A los ideólogos del fútbol. Acaba de anotar en su libretita la frase de uno de ellos, que elogia a un gran ejecutor de pelota parada: «Es un erudito en la definición».
"La realidad contiene muchas realidades, pero sin la imaginación de Galeano no podría contarse"
El cazador es un erudito de la fluidez. Busca que sus libros tengan un arroyo subterráneo que lleve al lector de los prolegómenos a los epílogos. Un arroyo secreto. Se sirve de su larga experiencia, y mezcla en todo eso sus distintas vocaciones y oficios. Galeano es periodista y lector, pero también de algún modo historiador, memoralista y antropólogo a la hora de escribir. En Los hijos de los días hay muy poca ficción. La realidad contiene muchas realidades, pero sin la imaginación de Galeano no podría contarse. Sin esa imaginación que se afila caminando no se podría traducir la realidad. Es por eso que narra, no con el cartesianismo del ensayo, sino con la imaginación de la novela. Pero no inventa nada. Se aferra siempre a la realidad real, esa dama demente y cambiante y resbalosa.
Aunque su tarea, como se dijo, parece infinita, y sus libros son apenas capítulos de un libro mayor, Galeano se deprime al terminar. Siente los mismos síntomas de puerperio que cualquier novelista. A continuación, entra en pánico. Se acabó todo. No podré volver a escribir. Pero luego de esos malos presagios, un día de repente la realidad toca a la puerta. Y él la reconoce de inmediato y todo recomienza.
"Pudo haber sido un escritor de Montevideo, pero avanzó hacia América Latina"
Si cualquiera le preguntara, a lo largo del día, de qué trata profundamente su obra, Galeano aceptaría de manera cortés que es la extensa autobiografía de un lector y de un recolector de signos. El intento del corazón por recuperar los fulgores del arcoíris terrestre. «Que es mejor que el celeste, tan mutilado por el machismo, el racismo, el militarismo y el oscurantismo —advierte—. Los seres humanos somos mucho mejor de lo que nos contaron que fuimos.»
Pudo haber sido un escritor de Montevideo, pero avanzó hacia América Latina. Y después se abrió al mundo. «Las fronteras del mapa y del tiempo —dice— son enemigas de la libertad creativa. No importa de dónde venga la historia, la escribo si me pica la mano.»
Luego de cenar y cambiar risas e informaciones, los Galeano salen a caminar otro rato y a hacer la digestión. Caminan en la noche mientras las ideas les caminan por dentro. Caminantes caminados que van rumbo a la cama y al sueño. A veces leen un poco antes de dormirse. Y se duermen al final sobre sus almohadas de sueños incorrectos.
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*Este texto fue publicado en el suplemento ADN Cultura del diario La Nación y en el libro Te amaré locamente (Planeta)
ZENDA - Texto de Autor
Un día en la vida de Galeano es un texto del escritor argentino Jorge Fernández Díaz publicado dentro de Te amaré locamente, un libro de apuntes sobre la seducción, la vejez, el barrio, el crimen y los dioses, héroes y villanos.
El hombre que sueña prodigios tiene sueños insignificantes en la cama. Pero su mujer entra en la noche como en el cine, y a primera hora, mientras desayunan café con leche y jugos y frutas, Helena lo humilla contándole las peripecias que ha vivido con los ojos cerrados. La compañera de Galeano soñó una vez que los dos hacían una larga cola, en un aeropuerto irreconocible, y que todos los pasajeros llevaban sus almohadas bajo el brazo. Había una máquina que escaneaba las almohadas para descubrir si los ciudadanos habían tenido sueños peligrosos. Eduardo y Helena permanecían en esa fila esperando su turno, temiendo que la detectora de sueños incorrectos hiciera sonar su chicharra y ellos tuvieran que pagar de algún modo por esos pecados nocturnos. Eduardo, por supuesto, anota esos cuentos; ella sueña obras maestras.
"Galeano es inmune al diario, y apenas utiliza la televisión para ver fútbol"
Desde hace mucho tiempo, Galeano y su mujer han decidido eliminar de su dieta diaria el almuerzo. Les cortaba el día, y el escritor se sentía embotado: parecía una boa que se había comido una vaca, y entonces vagaba por las horas arrastrando los pies, hecho un zombi. Es por eso que en su casa de Malvín se desayuna de manera opípara y se cena fuerte y caliente. En el medio, sólo algunos bocadillos, ciertos cafés al paso y poco más. Pero ese desayuno es uno de los grandes momentos de dicha, no sólo porque Helena narra sus sueños de Paramount, sino también porque ella posee una voracidad sin límites por las noticias. Galeano es inmune al diario, y apenas utiliza la televisión para ver fútbol. Pero Helena es diarómana y radiómana, está hiperinformada, y le gusta leerle a su marido notas que le producen alegría o indignación, y contarle cosas que ha escuchado en la radio o que ha visto en la pantalla. Desayunando con los Galeano es un programa abierto al mundo.
Luego el escritor comienza su trabajo. Que no tiene horarios ni rutinas fijas. Escribe sólo cuando le pica la mano. Es la mano la que decide, él no le puede dar órdenes. Esa extraña debilidad proviene de un día remoto, en un bar cubano, cuando Galeano apreciaba las maravillas que un negro genial le sacaba a su tambor. Eduardo se le acercó en un momento de la velada y le preguntó cuál era su secreto. El negro le respondió: «Yo sólo toco cuando me pica la mano». Se sintió representado Galeano por ese capricho artístico. Si no escribe con esa «picazón», todo lo que surge es un poco ortopédico. Si se obliga no sale nada verdadero, porque es a contracorazón. En cambio, cuando le pica la mano todo fluye.
"Para que las ideas y las historias no se las lleve el viento, escribe en una libretita de dos centímetros por tres"
Su método es absolutamente original. Para que las ideas y las historias no se las lleve el viento, escribe en una libretita de dos centímetros por tres. Una miniatura que pesa como una pluma y entra en un puño cerrado: allí Galeano garabatea escrupulosamente citas, referencias, ocurrencias, datos y oraciones. Esas miniaturas sólo se consiguen en Florencia y en Venecia, aunque últimamente una lectora argentina las está fabricando especialmente para su héroe literario. La levedad de esas libretas pigmeas le permite a Eduardo cargarlas en un bolsillo del pantalón y perderlas con cierta facilidad. Abriendo al azar una de ellas hay en una hoja diminuta, escrita con letra precisa pero pequeña, un consejo que Maradona le dio a Messi hace dos años. Diego se refería al arte de los tiros libres. Le decía a Lionel: «No le saqués tan rápido el pie a la pelota porque así ella no sabe lo que vos querés». Una recomendación metafísica.
Más adelante, en la misma libreta, Galeano anota una frase de su nieta de cinco años. Se llama Lila y resume en esa corta línea el gran problema existencial del hombre moderno. Dice Lila, anota su abuelo: «Yo siempre quiero estar donde no estoy».
Galeano es un recolector, busca todo el tiempo en la vida y en los libros mariposas milagrosas, pretende lo imposible: que el gas de la creatividad humana no se ventee, que en su red queden atrapadas las pepitas de oro de la memoria del hombre, que no se pierdan en el río caudaloso de la existencia las enseñanzas del mundo y la memoria. Es una tarea agotadora, incesante, de algún modo enciclopédica, y es por eso que sus libros son un libro único y siempre distinto, una larga miscelánea, una serie de cajones de objetos preciosos que se enhebran de un modo enigmático.
Eduardo recorta diarios, subraya libros, navega por Internet. Puede pasarse diez horas en una biblioteca. Cuenta con una red de amigos que le acercan diamantes literarios. También compra volúmenes usados en la feria de Tristán Narvaja, ese fabuloso mercado de pulgas donde se pueden encontrar desde incunables hasta dentaduras.
"A Eduardo le da mucho placer escribir, y también mucho trabajo"
Muchas veces busca, pero muchas más encuentra involuntariamente perlas de la vida. Como cuando descubrió en un documento de 1912 un suceso desconocido de 1701. Lo rescató y allí está impreso en el segundo volumen de su obra crucial Memoria del fuego. Dice textualmente: «Los indios chiriguanos, del pueblo guaraní, navegaron el río Pilcomayo, hace años o siglos, y llegaron hasta la frontera del imperio de los incas. Aquí se quedaron, ante las primeras alturas de los Andes, en espera de la tierra sin mal y sin muerte. Aquí cantan y bailan los perseguidores del paraíso. Los chiriguanos no conocían el papel. Descubren el papel, la palabra impresa, cuando los frailes franciscanos de Chuquisaca aparecen en esta comarca, después de mucho andar, trayendo libros sagrados en las alforjas. Como no conocían el papel, ni sabían que lo necesitaban, los indios no tenían ninguna palabra para llamarlo. Hoy le ponen por nombre piel de Dios, porque el papel sirve para enviar mensajes a los amigos que están lejos».
A Eduardo le da mucho placer escribir, y también mucho trabajo. Tiene un sillón cómodo en casa donde traslada las anotaciones de sus libretas a cuadernos. Usa dos lapiceras, una roja y otra negra. Y después de mucha resistencia, añadió últimamente una computadora para la versión final. Puede pasarse una mañana entera con una frase. Guarda siempre sus cuadernos porque la tinta negra muestra la primera intención, y la roja las correcciones y los agregados. Esos cuadernos son como mapas de la búsqueda del tesoro. El tesoro es la palabra escondida. La palabra exacta.
"Antes había tiempo para perder el tiempo. La vida moderna mató el arte de la conversación, que ya no es rentable para los bares ni para los seres humanos"
Más tarde Galeano sale de casa y se dirige al centro o a Carrasco. Camina tres horas. Y ese ejercicio le resulta fundamental. Se considera, ante todo, un caminante. Dice que mientras camina las palabras le caminan por dentro. Que es un caminante caminado. Y que tiene suerte de vivir en Montevideo, porque eso le ahorra una fortuna en psicoanálisis. Galeano camina escribiendo, se detiene de tanto en tanto, anota algo en su libreta, y sigue a paso vivo. La gente lo saluda pero no lo molesta. Sabe o intuye que ese tipo anda metido en sus cosas y que tal vez esté un poco loco. Todos los artistas verdaderos lo están.
En algún punto de esa caminata el cazador de palabras recala, indefectiblemente, en el Café Brasilero, su segundo hogar. Ese templo es ya una leyenda literaria de Iberoamérica. Eduardo Galeano prácticamente no tuvo educación formal: sólo hizo la primaria y un año de la secundaria. Se formó en los cafés de Montevideo, donde escuchaba a los grandes narradores orales. Esos narradores contaban mentiras que decían la verdad. Galeano las atesoraba y fue así como escuchando aprendió a decir. Antes había tiempo para perder el tiempo. La vida moderna mató el arte de la conversación, que ya no es rentable para los bares ni para los seres humanos.
El autodidacta se ha convertido en uno de los escritores más populares de América Latina. Y además, viaja muy seguido a España, Italia y Francia, donde sus libros son un fenómeno editorial. También enseña en universidades norteamericanas. «¿Cómo puede ser que un progresista, un antiimperialista visceral, tenga tanto éxito en Estados Unidos?», se preguntan despectivamente algunos de sus críticos de izquierda y de derecha. Eso le hace mucha gracia a Galeano, que cita a Ambrose Bierce: «Quien no tiene enemigos no merece tener amigos». Pero lo cierto es que tardó mucho en poder entrar en el gran país del norte. Y admite que él mismo tuvo la culpa, puesto que cuando rondaba los 17 años pidió la visa y le dieron un formulario para llenar. Galeano creyó sinceramente que se trataba de un test de inteligencia. A la pregunta «¿Se propone asesinar al presidente de Estados Unidos?», el adolescente respondió: «Sí». Eso lo dejó fuera del turismo y de los ambientes académicos estadounidenses, donde ahora está tan a gusto.
"De regreso de cualquiera de esos viajes, lo espera la ceremonia del Brasilero, donde lee, escribe y se reencuentra con amigos"
De regreso de cualquiera de esos viajes, lo espera la ceremonia del Brasilero, donde lee, escribe y se reencuentra con amigos. Galeano cultiva la amistad con ignotos y famosos. Es amigo desde hace muchos años de Serrat. Hace unos años, Eduardo le dijo a Joan: «Vos no podés seguir así, lo tuyo es grave. Vos no conocés el fainá». Esa delicia es femenina en Buenos Aires y masculina en Montevideo. Pero hay pocos lugares en el mundo donde no se la conoce. En Italia, de donde proviene, casi nadie sabe de su existencia, salvo quizás en algunos lugares de Génova. Serrat seguía igualmente remiso; a Galeano el asunto le parecía de extrema urgencia. Lo llevó hasta el bar Los Olímpicos, otro santuario popular de la gastronomía, y la aparición de semejante celebridad armó un gran revuelo entre los parroquianos. El fainá era lo que Galeano más extrañaba en sus exilios. Pero Joan Manuel parecía inapetente. Hasta que comenzó a comer y a comer, y entonces no podía parar.
Helena es una excelente cocinera. Espera a su compañero al regreso de cada extenuante caminata con la cena prometida y con vino. Se conocieron en 1976. Ella es tucumana y estudió abogacía, aunque nunca ejerce. Escapando de las dictaduras militares, marcharon juntos al exilio. En Brasil los recibieron Tom Jobim y Chico Buarque. Pero no había muchas oportunidades laborales y siguieron viaje hacia Berlín; después se afincaron en España. Y regresaron a Montevideo en 1985. Helena es editora en jefa de su obra, podría figurar tranquilamente como coautora. Libra batallas homéricas por la prosa de Galeano. «Nos peleamos por las palabras —admite—. Ella viene con el hacha y yo me resisto.» Una vez Onetti le dijo a Eduardo: «Las únicas palabras que merecen existir son las palabras mejores que el silencio». Para darle prestigio a esa frase, Onetti mentía que era un proverbio chino. Sin embargo, al final de las pulseadas que el hombre y la mujer tienen por un adjetivo o por una oración entera, Galeano se pregunta: «¿Esto es mejor que el silencio?». No. Y entonces lo elimina. El último libro, Los hijos de los días, fue escrito once veces, buscando un estilo cada vez más concentrado. Cortar, cortar y cortar. Rulfo supo también ser su amigo y hacerle cariñosas recomendaciones: «¿Ves, Eduardo? —le dijo un día señalándole un lápiz de dos extremos utilitarios—. Mira bien. No se escribe con esto (la punta) sino con esto (la goma de borrar)». Y es por eso que al final, Eduardo siempre le da la razón a Helena.
"El fútbol es una cultura, un universo vibrante que atraviesa la existencia y la literatura de Galeano"
Juntos lidiaron con esta nueva antología de sensibilidades. Les ordenó el caos y a la vez les impuso una cárcel, la estructura elegida: el calendario de un año completo. De cada día nace un texto, porque estamos hechos de átomos pero también de historias, dice el cazador de palabras. De nuevo es un arcón de joyas inesperadas y exquisitas. El 21 de junio, Galeano escribe «todos somos tú», algo que traía la corriente y que su tamiz no dejó pasar de largo. «En el año 2001, resultó sorprendente el partido de fútbol entre Treviso y Génova. Un jugador del Treviso, Akeem Omolade, africano de Nigeria, recibía frecuentes silbidos y rugidos burlones y cantitos racistas en los estadios italianos. Pero en el día de hoy, hubo silencio. Los otros diez jugadores del Treviso jugaron el partido con las caras pintadas de negro».
El fútbol es una cultura, un universo vibrante que atraviesa la existencia y la literatura de Galeano. Parece extraño pensar que Eduardo se llegaba a pelear a trompadas en la cancha y que ahora ese mismo hombre, sin dejar de hinchar por el Nacional, es capaz de relativizar las camisetas y los colores y las identidades simplemente para gozar del buen juego, de esa magnífica danza con pelota. Se liberó del fanatismo, pero ahora es fanático de la estética. Y está seguro de que los hinchas furiosos no disfrutan del fútbol. Galeano disfruta muchísimo de «esa fiesta de las piernas que juegan y de los ojos que ven», y está muy atento siempre a sus relatores. A los ideólogos del fútbol. Acaba de anotar en su libretita la frase de uno de ellos, que elogia a un gran ejecutor de pelota parada: «Es un erudito en la definición».
"La realidad contiene muchas realidades, pero sin la imaginación de Galeano no podría contarse"
El cazador es un erudito de la fluidez. Busca que sus libros tengan un arroyo subterráneo que lleve al lector de los prolegómenos a los epílogos. Un arroyo secreto. Se sirve de su larga experiencia, y mezcla en todo eso sus distintas vocaciones y oficios. Galeano es periodista y lector, pero también de algún modo historiador, memoralista y antropólogo a la hora de escribir. En Los hijos de los días hay muy poca ficción. La realidad contiene muchas realidades, pero sin la imaginación de Galeano no podría contarse. Sin esa imaginación que se afila caminando no se podría traducir la realidad. Es por eso que narra, no con el cartesianismo del ensayo, sino con la imaginación de la novela. Pero no inventa nada. Se aferra siempre a la realidad real, esa dama demente y cambiante y resbalosa.
Aunque su tarea, como se dijo, parece infinita, y sus libros son apenas capítulos de un libro mayor, Galeano se deprime al terminar. Siente los mismos síntomas de puerperio que cualquier novelista. A continuación, entra en pánico. Se acabó todo. No podré volver a escribir. Pero luego de esos malos presagios, un día de repente la realidad toca a la puerta. Y él la reconoce de inmediato y todo recomienza.
"Pudo haber sido un escritor de Montevideo, pero avanzó hacia América Latina"
Si cualquiera le preguntara, a lo largo del día, de qué trata profundamente su obra, Galeano aceptaría de manera cortés que es la extensa autobiografía de un lector y de un recolector de signos. El intento del corazón por recuperar los fulgores del arcoíris terrestre. «Que es mejor que el celeste, tan mutilado por el machismo, el racismo, el militarismo y el oscurantismo —advierte—. Los seres humanos somos mucho mejor de lo que nos contaron que fuimos.»
Pudo haber sido un escritor de Montevideo, pero avanzó hacia América Latina. Y después se abrió al mundo. «Las fronteras del mapa y del tiempo —dice— son enemigas de la libertad creativa. No importa de dónde venga la historia, la escribo si me pica la mano.»
Luego de cenar y cambiar risas e informaciones, los Galeano salen a caminar otro rato y a hacer la digestión. Caminan en la noche mientras las ideas les caminan por dentro. Caminantes caminados que van rumbo a la cama y al sueño. A veces leen un poco antes de dormirse. Y se duermen al final sobre sus almohadas de sueños incorrectos.
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*Este texto fue publicado en el suplemento ADN Cultura del diario La Nación y en el libro Te amaré locamente (Planeta)
Disco World: Joe Cocker - LP Greatest Hits
Reproductor Audio
01. Unchain My Heart
02. Summer In The City
03. N'oubilez Jamais
04. Could You Be Loved
05. The Simple Things
06. I Put A Spell On You
07. Let The Healing Begin
08. That's The Way Her Love Is
09. Ain't Gonna Cry Again
10. Feelin' Alright
11. No Ordinary World
12. That's All I Need To Know
13. Never Tear Us Apart
14. Up Where We Belong (Feat. Jennifer Warnes)
15. You Took It So Hard
16. When The Night Comes
17. Sweet Lil' Woman
18. What Becomes Of The Broken Hearted
19. Sorry Seems To Be The Hardest Word
20. You Can Leave Your Hat On
21. Love Don't Live Here Anymore
22. My Father's Son
23. Don't Let Me Be Misunderstood
24. One
25. First We Take Manhattan
26. It's Only Love
27. Tonight
28. Delta Lady
29. Respect Yourself
Tango Disco: Colección Tango - LP Elegidos del Café Vol 2
Reproductor Audio
01- Olvidarme - Juan D'Arienzo & Alberto Echagüe
02- A otra cosa che pebeta - Ricardo Tanturi & Alberto Castillo
03- Mi cantar - Miguel Caló & Jorge Ortiz
04- Destellos - Ángel D'Agostino & Ángel Vargas
05- Corazón no le hagas caso - Aníbal Troilo & Francisco Fiorentino
06- Dinero, dinero - Carlos Di Sarli & Alberto Podestá
07- Más allá - Osvaldo Fresedo & Ricardo Ruiz
08- Esta noche al pasar - Pedro Laurenz & Jorge Linares
09- La abandoné y no sabía - Osvaldo Pugliese & Roberto Chanel
10- Una carta para Italia - Francini-Pontier & Roberto Rufino
Editorial: La risa de las ratas
Arturo Pérez-Reverte
El bar de Zenda
La he vuelto a ver por casualidad, buscando otra cosa, en un viejo libro sobre los fotógrafos de Life. Y fíjense. Tengo mi propio álbum de fotos infames: fotos que a veces hasta son de verdad, que hice yo mismo. Y resulta que una imagen que conozco desde niño, tomada por otro en una guerra que ni siquiera viví, sigue impresionándome. A lo mejor es bueno que así sea, y el día en que esa foto deje de afectarme estaré encallecido más de la cuenta. Yo qué sé. Lo cierto es que hay imágenes que simbolizan cosas, y ésta retrata uno de los aspectos más viles de la condición humana. La tomó Robert Capa en Chartres, julio de 1944, cuando la ciudad fue liberada de los alemanes. En el centro de la imagen camina una mujer joven con el pelo recién rapado, vestida con una bata y con un niño de pocas semanas en brazos. Ella es francesa, y el bebé, hijo de un soldado alemán. La lleva detenida un gendarme. Pero lo peor no es esa escena, sino la muchedumbre que camina alrededor: señoras de aspecto respetable, hombres que podrían ser considerados caballeros, niños, curiosos que miran o engrosan el tumulto. Y todos, absolutamente todos, ríen y se burlan de la joven que aprieta al niño contra su pecho y lo mira muda de vergüenza y de miedo. Debe de haber un centenar de rostros en la foto, y ninguno muestra compasión, pesar o disgusto por lo que sucede ante sus ojos. Ni uno.
Cada cual tiene sus ideas sobre la gente. En lo que a mí se refiere, con los años he llegado a la conclusión de que lo peor del hombre no es su crueldad, su violencia, su ambición o los otros impulsos que lo mueven. Siendo todo eso tan malo como es, cuando miras de cerca y le das vueltas y te mojas donde te tienes que mojar, siempre terminas encontrando motivos, cadenas de causas y efectos que, sin justificar en absoluto tal o cual hecho, a veces al menos lo explican, que ya es algo. Pero hay una infamia a la que no consigo encontrarle el mecanismo, y tal vez por eso me parece la peor de todas; la más injustificable expresión de la mucha vileza que alberga el ser humano. Hablo de la falta de caridad. De la ausencia de compasión del verdugo —y el verdugo es la parte fácil del asunto— hacia la víctima. Hablo del ensañamiento, la humillación, la burla despiadada. Y eso, que ya es muy bellaco cuando corresponde al individuo con nombre y apellidos, se vuelve todavía más nauseabundo cuando adopta la forma popular. Me refiero a las Fuenteovejunas en su aspecto miserable; a la gente que pretende demostrar públicamente su adhesión o rechazo a tal o cual causa —cuando esa causa está indefensa y triunfa la opción opuesta, naturalmente— prestando su celo y su presencia y su risa al linchamiento fácil, sin riesgos. Los mirones que jalean y se descojonan del caído, y de esta forma pretenden avalarse, disimular, borrar sus propias claudicaciones y su propia vergüenza. Porque —y esa es otra— observando la foto de Robert Capa uno se pregunta cuántas de las honradas mujeres que ríen escoltando a la joven rapada y a su hijo no agacharon la cabeza ante soldados alemanes con los que se habrían acostado tal vez, si hubieran podido, a cambio de comida o de privilegios. Cuántos hombres no les cedieron el paso en la acera o la silla en el despacho, o les lamieron las botas, o pusieron sus niñas a tiro cuando los otros eran vencedores, y pretenden ahora, en el escarnio fácil de esa pobre mujer y de su hijo, lavar su cobardía y su vergüenza.
Los he visto a todos ellos muchas veces en demasiados sitios. Los veo todavía, no hay que ir a guerras lejanas para topárselos. Los veo aquí mismo, en las historias de la guerra civil que contaban mis abuelos o en la memoria de mi amigo el pintor Pepe Díaz, en cuyo pueblo fusilaron a su padre por rojo en el año 39, y a su madre la obligaron a barrer las calles después de raparle la cabeza; y Pepe, que es un buenazo, ha dejado que le pongan ahora su nombre a una calle, en vez de pegarle fuego al puto pueblo hasta los cimientos, como habrían —habríamos— hecho otros. Sigo viendo a los de la tijera de rapar y la risa por todas partes, oportunistas, viles, esperando la ocasión de acompañar el cortejo con una carcajada grande y estruendosa, propia de buenos ciudadanos libres de toda sospecha. Porque todos esos canallas que se ríen de la pobre mujer de la foto siguen entre nosotros. Algunos de verdad, físicamente, venerables ancianitos respetados por sus nietos y sus vecinos, supongo. Otros sólo aguardan una oportunidad: son los cobardes, que miran hacia otro lado y agachan la cabeza cuando el soldado alemán, o el heroico gudari, o el político de turno, o el jefe de personal, o el vecino del tercero izquierda, les escupe en la cara. Y sólo cuando éste se declare vencido, o lo maten, o pierda poder, o se vaya, saldrán del agujero para buscar a su mujer y su hijo, arrastrarlos por las calles y salir riéndose en la foto.
El bar de Zenda
La he vuelto a ver por casualidad, buscando otra cosa, en un viejo libro sobre los fotógrafos de Life. Y fíjense. Tengo mi propio álbum de fotos infames: fotos que a veces hasta son de verdad, que hice yo mismo. Y resulta que una imagen que conozco desde niño, tomada por otro en una guerra que ni siquiera viví, sigue impresionándome. A lo mejor es bueno que así sea, y el día en que esa foto deje de afectarme estaré encallecido más de la cuenta. Yo qué sé. Lo cierto es que hay imágenes que simbolizan cosas, y ésta retrata uno de los aspectos más viles de la condición humana. La tomó Robert Capa en Chartres, julio de 1944, cuando la ciudad fue liberada de los alemanes. En el centro de la imagen camina una mujer joven con el pelo recién rapado, vestida con una bata y con un niño de pocas semanas en brazos. Ella es francesa, y el bebé, hijo de un soldado alemán. La lleva detenida un gendarme. Pero lo peor no es esa escena, sino la muchedumbre que camina alrededor: señoras de aspecto respetable, hombres que podrían ser considerados caballeros, niños, curiosos que miran o engrosan el tumulto. Y todos, absolutamente todos, ríen y se burlan de la joven que aprieta al niño contra su pecho y lo mira muda de vergüenza y de miedo. Debe de haber un centenar de rostros en la foto, y ninguno muestra compasión, pesar o disgusto por lo que sucede ante sus ojos. Ni uno.
Cada cual tiene sus ideas sobre la gente. En lo que a mí se refiere, con los años he llegado a la conclusión de que lo peor del hombre no es su crueldad, su violencia, su ambición o los otros impulsos que lo mueven. Siendo todo eso tan malo como es, cuando miras de cerca y le das vueltas y te mojas donde te tienes que mojar, siempre terminas encontrando motivos, cadenas de causas y efectos que, sin justificar en absoluto tal o cual hecho, a veces al menos lo explican, que ya es algo. Pero hay una infamia a la que no consigo encontrarle el mecanismo, y tal vez por eso me parece la peor de todas; la más injustificable expresión de la mucha vileza que alberga el ser humano. Hablo de la falta de caridad. De la ausencia de compasión del verdugo —y el verdugo es la parte fácil del asunto— hacia la víctima. Hablo del ensañamiento, la humillación, la burla despiadada. Y eso, que ya es muy bellaco cuando corresponde al individuo con nombre y apellidos, se vuelve todavía más nauseabundo cuando adopta la forma popular. Me refiero a las Fuenteovejunas en su aspecto miserable; a la gente que pretende demostrar públicamente su adhesión o rechazo a tal o cual causa —cuando esa causa está indefensa y triunfa la opción opuesta, naturalmente— prestando su celo y su presencia y su risa al linchamiento fácil, sin riesgos. Los mirones que jalean y se descojonan del caído, y de esta forma pretenden avalarse, disimular, borrar sus propias claudicaciones y su propia vergüenza. Porque —y esa es otra— observando la foto de Robert Capa uno se pregunta cuántas de las honradas mujeres que ríen escoltando a la joven rapada y a su hijo no agacharon la cabeza ante soldados alemanes con los que se habrían acostado tal vez, si hubieran podido, a cambio de comida o de privilegios. Cuántos hombres no les cedieron el paso en la acera o la silla en el despacho, o les lamieron las botas, o pusieron sus niñas a tiro cuando los otros eran vencedores, y pretenden ahora, en el escarnio fácil de esa pobre mujer y de su hijo, lavar su cobardía y su vergüenza.
Los he visto a todos ellos muchas veces en demasiados sitios. Los veo todavía, no hay que ir a guerras lejanas para topárselos. Los veo aquí mismo, en las historias de la guerra civil que contaban mis abuelos o en la memoria de mi amigo el pintor Pepe Díaz, en cuyo pueblo fusilaron a su padre por rojo en el año 39, y a su madre la obligaron a barrer las calles después de raparle la cabeza; y Pepe, que es un buenazo, ha dejado que le pongan ahora su nombre a una calle, en vez de pegarle fuego al puto pueblo hasta los cimientos, como habrían —habríamos— hecho otros. Sigo viendo a los de la tijera de rapar y la risa por todas partes, oportunistas, viles, esperando la ocasión de acompañar el cortejo con una carcajada grande y estruendosa, propia de buenos ciudadanos libres de toda sospecha. Porque todos esos canallas que se ríen de la pobre mujer de la foto siguen entre nosotros. Algunos de verdad, físicamente, venerables ancianitos respetados por sus nietos y sus vecinos, supongo. Otros sólo aguardan una oportunidad: son los cobardes, que miran hacia otro lado y agachan la cabeza cuando el soldado alemán, o el heroico gudari, o el político de turno, o el jefe de personal, o el vecino del tercero izquierda, les escupe en la cara. Y sólo cuando éste se declare vencido, o lo maten, o pierda poder, o se vaya, saldrán del agujero para buscar a su mujer y su hijo, arrastrarlos por las calles y salir riéndose en la foto.
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